La historia nos sitúa en la ciudad de Los Ángeles del año 2064. En este tiempo, los zombis no paran de levantarse de sus tumbas y ya son muchos más los que caminan entre los vivos que los que descansan bajo tierra. Ante la imposibilidad de exterminarlos a todos, el gobierno de la ciudad decide crear una ley por la cual todos los vivos tendrán que convivir, les guste o no, con sus muertos. Así, muchas familias se encontrarán con que, cuando pensaban que la muerte les había librado del abuelo pesado o la suegra pellejera, tendrán que seguir conviviendo con los despojos reanimados de sus odiados congéneres.
A partir de esta peculiar premisa, Los zombis que se comieron el mundo despliega una serie de historias cortas repletas de humor negro, desmembramientos varios y mucha mala leche. Frissen despacha con ingenio y saña temas tan variados como el arte, la religión o el mundo del espectáculo. Pone también ante nuestros ojos personajes tan entrañables como la banda de punkarras zombis de estética ramoniana, el ex-presidente-chimpancé (¿adivináis cuál?) o la suegra que se sacude sus malas pulgas sobre un ring de lucha libre.
Que renazca La SERIE B de su Tumba
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